viernes, 3 de junio de 2016

LAS CONTRADICCIONES DE CRISTO

PORTADA Y CONTRAPORTADA DE LA OBRA


Como el Ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, abrió el debate en contra de la Corte Constitucional, luego del fallo que dejó en firme el Consejo Superior de la Judicatura y echó por tierra buena parte del denominado “Equilibrio de poderes”, publicamos este capítulo del libro “LA UTOPÍA DE LA REFORMA A LA JUSTICIA EN COLOMBIA”.

Cristo, en 2012 era el presidente de la Comisión Primera del Senado y como tal defendió a capa y espada el CSJ, pese a las críticas que le llovían desde todos los sectores y los planteamientos del Gobierno de Juan Manuel Santos que fundamentaba su eliminación en los actos de corrupción que involucraba a varios de sus magistrados.

Hoy como titular de la cartera política su criterio cambió y se fue lanza en ristre contra la Novena Constitucional, por dejar sin piso, prácticamente la reforma de “equilibrio de poderes” que tanto defendió.

Les dejo, pues, este capítulo del libro de mi autoría:


EL CONSEJO SUPERIOR DE LA JUDICATURA

Como lo señalé al comienzo de esta obra, en el siglo pasado solo hubo unos cuantos intentos por buscar reformas en el esquema de la justicia en el país. Todos ellos fallidos, como consecuencia de los intereses que se movían alrededor del tema.

A finales del mandato de Carlos Lleras Restrepo en 1970, se pretendió establecer un sistema de gobierno y administración de justicia pero dependiente del ministerio del ramo.

Se creó entonces el Consejo Superior de Administración de Justicia y se expidió el primer estatuto de la carrera, pero nunca tuvo aplicación formal.

Luego en el gobierno de Alfonso López, se convocó a lo que se denominó la “pequeña constituyente”, mediante el Acto Legislativo No. 1 de 1979. Allí se intentó la creación del C.S.J. con las funciones de administrar la carrera judicial y ejercer la potestad disciplinaria, pero la reforma constitucional fue declarada inexequible por la Corte Suprema de Justicia. Sólo en 1987 con Virgilio Barco, mediante el Decreto 52, se puso en funcionamiento la carrera judicial, pero mantuvo su manejo bajo la dirección del gobierno.

Ese viejo Consejo Superior de la Administración de Justicia, integrado por miembros de la judicatura, entró en funcionamiento con el apoyo de la Dirección Nacional de Carrera Judicial, que enriqueció sus funciones hasta adquirir, en desarrollo de la Ley 38 de 1989, su consolidación mediante la atribución de ejecutar el presupuesto de funcionamiento de la rama, excepto en cuanto a los recursos de inversión que continuó en cabeza del Ministerio de Justicia, a través del Fondo Rotatorio.

El Consejo Superior de la Judicatura (C.S.J), sólo fue creado a partir de la Constitución de 1991 y 21 años después se encuentra en el ojo del huracán, como consecuencia de todo tipo de acusaciones y escándalos que van desde mal manejo de los presupuestos, hasta corrupción de los magistrados y aunque el Gobierno se ha mostrado partidario de eliminarlo por ineficaz, se ha tornado en una corporación casi que intocable.

Andrés Pastrana planteó el tema de la eliminación o reestructuración del Consejo Superior de la Judicatura, pero nunca pudo sacar adelante una iniciativa en ese sentido. Álvaro Uribe incluyó suprimir la entidad en su propuesta de “poda institucional”, que buscaba hacer más eficaz el funcionamiento del Estado. Y ahora el gobierno de Juan Manuel Santos habla de la necesidad de reemplazarlo o hacerle una “gruesa reingeniería”.

El ministro de Justicia Juan Carlos Esguerra aseguró en una de sus intervenciones que el Consejo Superior de la Judicatura ha resultado “ineficaz” y les ha dado tan malas noticias a los colombianos a lo largo de los años, pero sobre todo en los últimos tiempos que “su reemplazo está planteado desde el lado administrativo y desde el lado disciplinario”.

El Consejo Superior de la Judicatura ha sido una corporación cuestionada, envuelta en sucesivos escándalos, entre ellos el que los periodistas calificaron como el “carrusel de las pensiones”, señalada de despilfarros en materia de contratación y viáticos de desplazamientos de sus funcionarios, de inoperancia a la hora de sancionar a jueces y abogados, así como de estar politizada.

Casi todos los análisis coinciden en que el problema nace del proceso mismo de elección de sus magistrados. Y aunque allí llegan algunos con muchos méritos, otros lo hacen a través de prácticas incorrectas de politiquería.

Por ejemplo: Los siete magistrados que conforman la Sala Disciplinaria del Consejo de la Judicatura —encargada de investigar y disciplinar a jueces y abogados— son elegidos por el Congreso de ternas presentadas por el presidente de la República. En cuanto a los magistrados de la Sala Administrativa, estos son designados por las otras altas cortes, lo cual asegura su independencia del Gobierno, pero al mismo tiempo tiene el problema de que no representan a ninguno de los actores del sistema judicial, como jueces, empleados judiciales, fiscales y abogados litigantes.

Las suspicacias parten, incluso, desde el Congreso. Recordemos los cuestionamientos que se generaron con algunos nombramientos de magistrados del alto tribunal en el gobierno Uribe  —como el de Angelino Lizcano, ex secretario general de la Cámara de Representantes— y con los fallos de la Sala Disciplinaria en los que se invalidaron sentencias de la Corte Suprema en asuntos de la yidispolítica y la parapolítica.

El Representante a la Cámara por el Partido Conservador Miguel Gómez Martínez, cuestionó al organismo cuando se debatía el proyecto de Reforma Constitucional. Dijo entonces que, “allí hay un poder gigantesco, hay un presupuesto colosal y uno de los problemas serios de la justicia en nuestro país, es el régimen de carrera judicial. Hay un problema muy serio: la calidad y la selección de los funcionarios de la Rama Judicial no es la mejor. Y cuando uno le quiere meter diente a ese hueso hay mucha gente a la que no le conviene que se toque ese asunto”.

El izquierdista senador Jorge Robledo, advirtió la necesidad de una reforma, pero no en su eliminación. Refiriéndose al tema dijo: “Hay una necesidad de administrar bien la justicia, porque los que lo han hecho hasta ahora lo han hecho mal. Eso no necesariamente quiere decir que la institución tenga que desaparecer. Lo que está intentando el Gobierno es que la administre directamente el presidente de la República, lo cual viola la separación de los poderes. Y no cabe duda de que el Consejo de la Judicatura se mantiene porque hay poderes que se mueven en uno y otro sentido”.

EL LASTRE DE LA SALA ADMIMISTRATIVA

En el debate en torno a la reforma a la justicia el Consejo Privado de Competitividad (CPC) presentó un diagnóstico según el cual Colombia se ubica en el puesto 149 de eficiencia de la administración de justicia, entre 183 países analizados.

Según la entidad la congestión y el atraso siguen siendo los problemas de los que la Sala Administrativa del Consejo Superior de la Judicatura no se ha podido deshacer.
 
La CPC cuestiona en su informe el sistema de calidad y evaluación de los jueces y la falta de implementación de medidas legales para agilizar los trámites judiciales.

A la hora de calificar el papel desempeñado por la Sala Administrativa del Consejo Superior de la Judicatura, el propio gobierno la tilda de deficiente y justifica su propuesta en la necesidad de corregir el mal diseño constitucional.

Una crítica constante es que las decisiones gerenciales no pueden quedar en manos de un órgano colegiado conformado por abogados, que pueden ser grandes juristas, pero no administradores expertos.

Precisamente por esta última consideración, se presentó el más recienté escándalo, cuando el 10 de julio de 2012, la Procuraduría le solicitó al Consejo de Estado anular por ilegal la elección del Director Administrativo de la Rama Judicial, cargo que estuvo en cabeza del ex fiscal Diógenes Villa hasta cuando fue suspendido por orden de la Contraloría.

El Ministerio Público intervino en una demanda y aseguró que, al menos, dos de los aspirantes que integraban la terna para elegir a la persona que ejecuta el presupuesto de la Justicia – que en el último año fue de 1,5 billones de pesos – no reunían los requisitos para ocupar el cargo.

Según la demanda, el ex fiscal no cumplía los cinco años de experiencia en cargos financieros o de administración que exige la Ley Estatutaria de la Justicia.

Precisamente, los puntos que más cuestiona el Gobierno son el bajo nivel en la ejecución de los recursos de la Rama, el uso inadecuado de los pocos que se ejecutan y la inexperiencia de los administradores. Por esta razón, el Ejecutivo ha ido recortando gradualmente las asignaciones presupuestales para el Poder Judicial.

Los comentarios del Gobierno coinciden con la auditoría de la Contraloría General de la República, en el retraso en la ejecución de obras de infraestructura y en el despilfarro de los presupuestos contractuales, que producen, entre otras consecuencias, insatisfacción en el usuario de la justicia.

GOLPE DE GRACIA A LA JUDICATURA

justo en el momento en el que la Sala Administrativa del Consejo Superior de la Judicatura, estaba ad portas de ser eliminada en los debates de reforma constitucional, la Contraloría General de la República publicó un informe, en el que calificó de desfavorable su trabajo, coincidiendo con el documento del Consejo Privado de Competitividad.

La Contraloría General de la República calificó con nota desfavorable el trabajo de la Sala Administrativa del Consejo Superior de la Judicatura. Es la calificación más baja obtenida por esa entidad, desde que el ente de control audita su desempeño.

La Contraloría rajó a la Sala en los aspectos de contratación, en el manejo del presupuesto de la Rama Judicial, en los planes de descongestión de la justicia y consideró deficientes las tareas de planeación y prevención de riesgos, lo cual generó obras inconclusas, suspensiones de contratos y sobrecostos.

En el desarrollo de los proyectos de inversión relacionados con la construcción de varios palacios de justicia, denunció un detrimento patrimonial superior a los 93.000 millones de pesos.

En cuanto a la descongestión, el informe sostiene que el Plan Nacional de Descongestión de la Sala ha generado una deficiente e inoportuna prestación del servicio público de justicia. Los despachos judiciales siguen congestionados, lo que impide la solución pronta y definitiva de los procesos que cursan en las diferentes jurisdicciones.

La Contraloría General de la República detectó 116 irregularidades, por la cuales se abrieron cinco investigaciones penales, 13 juicios fiscales y 43 procesos disciplinarios.

Pero indudablemente uno de los hechos que inclinó la balanza hacia las reformas sustanciales en el Consejo Superior de la Judicatura lo constituyó la denuncia de la Contralora Sandra Morelli en torno a la existencia de un “carrusel de pensiones” y la revelación de un presunto fraude en nombramientos de la Sala Disciplinaria.

El propio fiscal general, Eduardo Montealegre Lynett, reveló algunos detalles del nuevo escándalo, en la cumbre de poderes que se realizó en la Casa de Nariño.

A ese encuentro asistieron congresistas y los presidentes de la Corte Suprema y el Consejo de Estado por invitación expresa del presidente Juan Manuel Santos, con el objeto de discutir el avance del proyecto de reforma.

Al salir de la reunión el Fiscal Montealegre le dijo a los periodistas que "en unas actas se afirma que fueron nombrados unos magistrados del Consejo Seccional cuando, en realidad, y eso es lo que estamos investigando, esos nombramientos no fueron acordados en sala".

Según el proceso, la mayoría de esas designaciones ocurrieron siendo presidentes de sala los magistrados Ovidio Claros, Angelino Lizcano, Henry Villarraga y Julia Emma Garzón.

Contra Villarraga, Garzón y Claros, se abrió un juicio fiscal por haber nombrado en sus despachos a magistrados auxiliares que, después de trabajar entre 2 y 4 meses, terminaron jubilándose con mesadas de más de 12 millones de pesos.

REFORMA NO PUEDE SITUARSE EN
LA DESAPARICIÓN DE LA JUDICATURA

Frente a las críticas formuladas en contra del Consejo Superior de la Judicatura, su presidente, el magistrado Ricardo Monroy, asumió la defensa y en declaraciones a una emisora local dijo que la rama para salir del atolladero no requiere una reforma sino más recursos.

 “Debemos ahondar en las causas que afronta la justicia y no que el Consejo Superior de la Judicatura está impidiendo el buen funcionamiento de la justicia”, señaló el Magistrado.

Monroy, aceptó que la Judicatura tiene dificultades para operar pero que todo se está corrigiendo.

“Fortalecer la rama Judicial con recursos es lo que ha permitido tomar medidas para descongestionarla, porque hay 700 mil procesos atrasados”, sostuvo el Magistrado.

En este punto de la reforma hubo tres posiciones: La del Consejo de Estado y la Fiscalía que sostenían que el CSJ debía continuar, la del Gobierno que proponía su eliminación total. Y la del Congreso que tomó una posición intermedia.

Esa polarización estuvo ad portas de hundir la reforma cuando se iniciaba el primer debate del Senado en su segunda vuelta, porque el propio ministro Esguerra amenazó con retirar el apoyo gubernamental a la iniciativa si no se eliminaba el Consejo Superior de la Judicatura, a lo cual el presidente de la comisión primera del Senado, Luis Fernando Velasco Chaves, dijo que “el dueño de la reforma no es el Gobierno sino el país”.

Velasco Chaves le dijo al ministro que el elemento para decidir si “esta reforma se hunde o se mantiene no es si permanecen unos magistrados en el Consejo Superior de la Judicatura sino si realmente la reforma sirve o no para el país”.

La falta de tacto y cancha política del Ministro de Justicia, quedaba una vez más en evidencia y puso en serio peligro la reforma.

Velasco dijo que a partir de que el ejecutivo presentara inamovibles, la reforma estaba en riesgo porque es en el Congreso en donde se discute su viabilidad.

El senador conservador Hernán Andrade, en respaldo al presidente de la comisión, advirtió que “no todo lo que diga el Gobierno es obligación del Congreso acatarlo”.


A partir del sexto debate comenzaron a introducirse modificaciones al proyecto y el ejecutivo tuvo que aceptar solo las reformas al funcionamiento del Consejo Superior de la Judicatura, más no su eliminación en el contexto constitucional del país.

jueves, 2 de junio de 2016

LA UTOPÍA DE LA REFORMA A LA JUSTICIA EN COLOMBIA



PALACIO DE JUSTICIA - BOGOTÁ


NOTAS DEL AUTOR



La fuerza de los acontecimientos me obligó a adelantar la publicación de este libro que hoy pongo en las manos de Colombia para el análisis de los nuevos ciudadanos y para la reflexión de todos aquellos a quienes como yo, les intrigan las causas de tantas crisis y les preocupa la inestabilidad social, económica, jurídica y política del país, que todo ello genera.

Los escándalos, no pasan de ser simplemente escándalos, si quienes estamos obligados a investigar las causas, solo nos limitamos a ser testigos de las discusiones mediáticas que se generan en los altos círculos políticos y las sedes del Gobierno, del Congreso o del Poder Judicial, y como idiotas útiles, las plasmamos en los medios de comunicación con más o menos imaginación periodística.

Pero trascienden el umbral sociopolítico, y se producen grandes soluciones, si nos adentramos en los vericuetos de quienes generan esos conflictos y buscamos su causa y su efecto y, calculamos la jugada a tres bandas, que por lo general está implícita en este tipo de escándalos.

Lo que acaba de ocurrir con la Reforma Judicial, no es más que otro episodio para la historia, en donde se impone la sinrazón de ser de los “poderosos” que creen que pueden manipular a su antojo los poderes públicos para postrar al Estado y colocarlo al servicio de sus intereses particulares.

Tal vez esta obra sea desdeñada en las manos de quienes hoy ostentan el poder político, pero mi ambición es que la investigación y el análisis que hago en ella, lleguen al pueblo y  como un grano de arena, sirva para coadyuvar a la construcción de país y democracia.

Los ataques contra la institucionalidad no son nuevos ni se inventaron a partir de la Constitución del 91. Lo malo no son las instituciones, que con toda seguridad han sido creadas con espíritu sano por personas despojadas de sentimientos apátridas, por individuos que como los que participaron en la Constituyente que le dio vida a la nueva Carta Magna, estaban por encima de intereses particulares y su único propósito era buscarle un camino de paz a Colombia.

El país tuvo 14 constituciones antes de 1886, cuando adquirió una relativa estabilidad impulsada por la Regeneración Conservadora que presidía Rafael Núñez. Esta Carta contenía 210 artículos que fueron modificados sucesivamente en 70 ocasiones por decisión de los jefes del gobierno en sus 105 años de prevalencia histórica.

La actual Constitución Política de Colombia, en solo 21 años, cuando apenas si cobra su mayoría de edad, ha sido modificada en 34 ocasiones, algunas de ellas de manera anodina por parte del Congreso o del propio Gobierno. Dos de estas reformas fueron declaradas inexequibles por la propia Corte Constitucional.

¿Cómo nos verán desde otros ángulos del mundo a donde vamos a pregonar con jactancia que somos la democracia más antigua de Latino América?

Basta simplemente citar como la Constitución de un país como Estados Unidos, expedida en 1787 sólo ha tenido hasta la fecha 27 enmiendas. Eso es lo que constituye solidez constitucional e institucional. Por algo son vistos como un paradigma de la democracia.

Ni que decir de algunos aspectos adoptados por nuestra Carta, que debieron ser reglamentados y desarrollados legalmente, pero que siguen como letra muerta porque no son tan llamativos políticamente, como lo relativo a la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial.

Estas sucesivas reformas lo único que generan es inseguridad jurídica y provoca desorden social y económico en el país, amén de la desconfianza con que nos ven desde afuera otros gobiernos.

En el primer año del actual Congreso, se aprobaron los Actos Legislativos que ordenaron el fin constitucional de la Comisión Nacional de Televisión, la sostenibilidad fiscal, el sistema de regalías, beneficios laborales para trabajadores provisionales del Estado y el fin de los impedimentos cuando se tramiten actos legislativos.

En este Acto Legislativo 01 de 2011, aprobado en mayo de ese año,  se han sustentado los senadores y representantes hoy, para justificar su presencia en las votaciones, sin que se les pueda acusar de violar el régimen de conflicto de intereses.

Fue el propio Gobierno de Juan Manuel Santos, a través de su Ministro del Interior Germán Vargas Lleras, quien avaló esta reforma de un solo artículo, que adicionó el parágrafo del artículo 183 de la Constitución Política: “La causal 1 en lo referido al régimen de conflicto de intereses no tendrá aplicación cuando los Congresistas participen en el debate y votación de proyectos de actos legislativos”. Ponente de la misma fue el entonces presidente del Senado Armando Benedetti. El argumento que se esgrimió es que en el trámite de los Actos Legislativos prima el interés general sobre el particular. ¿Acaso en la votación de las leyes no?

¿Pero cuál fue el origen de esta reforma? Pues los inconvenientes que se suscitaban a la hora de votar las normas, puesto que 77 senadores y representantes estaban siendo acusados de distintos delitos, que los inhabilitaban para ejercer este sagrado derecho.

Es aquí realmente en donde comienzan los problemas en torno a los cuales hoy el Gobierno, el Congreso y el Poder Judicial, se rasgan las vestiduras y se acusan entre sí de ser los causantes de una crisis que aún por varios meses mantendrá en vilo al país y en donde la mecha de la “bomba” fue la Reforma Judicial, presentada por el Gobierno, avalada por el Gobierno y sustentada por el Gobierno a través de ocho debates sucesivos en dos legislaturas.

Valga la pena recordar cómo, el Presidente Carlos Lleras Restrepo, tras amenazar con su renuncia, cedió finalmente ante el Congreso de la época para que se aprobara la Reforma Constitucional de 1968, otorgándoles a senadores y representantes los llamados auxilios parlamentarios y otras prebendas de tipo económico. Entonces se aprobó la modificación de casi el 30 por ciento de la Carta de Núñez y Caro.

Para el caso que nos ocupa, el propio presidente Juan Manuel Santos selló con el Congreso y las altas cortes el acuerdo en torno a la Reforma a la Justicia pero en el trascurso de los debates, perdió el control y poco a poco se fueron incorporando las modificaciones, aún con la presencia de los ministros del Interior y de Justicia y del Derecho. Estos debates no se hicieron a puerta cerrada sino que tenían la difusión necesaria y la presencia de los funcionarios de los tres poderes y la prensa nacional.

Así se fueron incorporando en cada uno de los ocho debates, en las dos legislaturas, las iniciativas que les permitían a algunos evadir el peso de la justicia y a otros, como los secretarios del Senado y la Cámara, blindarse como aforados con las mismas prerrogativas de los congresistas, desvertebrando el proyecto que era una de las promesas de campaña del Jefe del Estado.

Obviamente sus colaboradores como el Ministro del Interior, Federico Renjifo y el Ministro de Justicia y del Derecho, Juan Carlos Esguerra Portocarrero, no tenían la cancha de un Vargas Lleras, cuya formación política le permitía hablar de tú a tú con los congresistas y muy seguramente advertir de manera oportuna lo que podía fraguarse.

Ambos ministros fueron timoratos a la hora de enfrentarse a los congresistas y preferían ceder y ceder, antes de que el proyecto pudiera hundirse y con él, obviamente, su prestigio como negociadores ante el Congreso.

Incluso, para impedir el retiro de las altas cortes de la discusión del proyecto, accedieron a ampliar el periodo de los magistrados de ocho a doce años y el retiro forzoso de los 65 a los 70 años de edad.

El gran problema que existe en Colombia es que los altos funcionarios, los parlamentarios e incluso los magistrados –estos últimos que debieran ser maestros en la prudencia- suelen ser demasiado locuaces y salen a los medios a hablar de lo que cada uno de ellos piensa y no sobre lo que puede ser o no conveniente para el país. Creen que ello les da la importancia que requieren en sus cargos.

La frase, según la cual, “aquí se habla mal de todo el mundo pero no se le sostiene a nadie”, parece haberse puesto de moda, a juzgar incluso por las ligeras declaraciones del ministro Esguerra, quien –una vez estalló el escándalo en la prensa-, salió a decir que “todo se hizo a mis espaldas”, y alegó que cuatro de los conciliadores le habían pedido retirarse del salón del Club de Ejecutivos en donde se adelantaban las deliberaciones.

Las posteriores declaraciones del presidente de la Cámara, Simón Gaviria, avalando las declaraciones del ministro y su aceptación de que había votado la conciliación sin leerla, son muestra palpable de la ligereza con que se tratan ciertos temas que son sensibles para la nación.

Surge entonces una pregunta: ¿Por qué si al ministro no se le dejó ingresar a la conciliación, en la plenaria del Senado terminó legitimando esa conciliación y la fe de erratas y solicitando el voto para la reforma de los congresistas?

En esta forma toda el agua sucia le cayó al Congreso, mientras que el Gobierno se lava las manos en un proceso en el cual todos son igualmente responsables.

Si como dice el dicho popular “al mejor peluquero se le queda un pelo”, ¿por qué los políticos y funcionarios no tienen la entereza de carácter para aceptar sus culpas y asumir su propia responsabilidad, en lugar de buscar responsables en donde no los hay?

¿Renunció a motu proprio el ministro Esguerra, o fue una solicitud del Presidente, por su error de haber permitido que se le colgaran a la reforma los micos que terminaron por hundirla? Esta es una pregunta que solo con el tiempo se responderá.

Además de las inconveniencias del proyecto, hubo una serie de errores procedimentales que dejan al descubierto la necesidad de reformar la Ley Quinta de 1992.

Los conciliadores de Senado y Cámara resolvieron por su cuenta y riesgo suprimir y agregar artículos o modificar de fondo otros, sin que ello hubiese sido materia de discusión por parte de ninguna de las cámaras legislativas.

Al respecto el Acto Legislativo 1 de 2003 estableció: “Cuando surgieren discrepancias en las Cámara respecto de un proyecto, ambas integrarán comisiones de conciliadores conformadas por un mismo número de Senadores y Representantes, quienes reunidos conjuntamente, procurarán conciliar los textos, y en caso de ser posible definirán por mayoría”. Y agrega en otro de los incisos: “Previa publicación, por lo menos con un día de anticipación, el texto escogido se someterá a debate y aprobación de las respectivas Plenarias”.

La Constitución no les da a los conciliadores la posibilidad de agregar textos nuevos que no fueron debatidos por las cámaras con anterioridad ni mucho menos les otorga atribuciones para modificar el articulado cambiando su contextualización y el espíritu de las normas.

Los conciliadores se arrogaron aquí prerrogativas que no tenían, abusaron de su condición para variar textos de la reforma, adicionar palabras e incluir artículos nuevos que no habían sido discutidos por las cámaras, con lo cual bien podrían ser investigados.

Ahora bien, en cuanto a las afirmaciones del ministro Esguerra sobre su presencia en la conciliación, este es un acto propio del legislativo y en ningún momento se advierte, que debe hacerse con la participación de funcionarios de otro de los poderes. Ellos tienen la prerrogativa de intervenir en el proceso de las discusiones, como en efecto lo hicieron durante los ocho debates, en las dos vueltas que surtió el proyecto. El Poder Legislativo es soberano en cuanto a permitir en estas comisiones la presencia de dichos funcionarios.

La conciliación tampoco fue enviada para su publicación con un día de antelación (24 horas) sino que ocho horas después estaba siendo sometida a la aprobación de las plenarias sin haberse surtido el requisito en la Gaceta del Congreso. 

Por estos hechos protuberantes podía haberse caído el Acto Legislativo, pero para su análisis de constitucionalidad tendría que haberse enviado primero para su publicación en el Diario Oficial, con lo cual solo se podría obtener un fallo, mínimo seis meses después.

Eso lo advirtieron quienes comenzaron a promover el referendo revocatorio de la norma, con la intención de que si finalmente se remitía el Acto Legislativo por parte del presidente del Congreso para su publicación, se tuviera la opción, por lo menos, de contra-reformar la justicia.

El Presidente Santos, pescó en río revuelto y armó tremenda barahúnda. Sus palabras fueron recogidas por los medios que ya habían satanizado a los parlamentarios que integraron la comisión de conciliadores y desde luego, se le echó toda la responsabilidad al Congreso, mientras que el Gobierno se hacía el de la vista gorda y se victimizaba al sector de la justicia. Lo peor es que en su juego –el de Santos- cayeron tendidos en el piso los presidentes de Senado y Cámara.

Pero frente a esta situación ¿cuál es la responsabilidad que le cabe a Simón Gaviria como presidente de la Cámara y como director de Partido Liberal?

Sin duda alguna si hubiera advertido a tiempo sobre los micos que le colgaron a la reforma y la inconveniencia que para el país representaba ese Acto Legislativo como fue moldeado en la Comisión de conciliación, se hubieran evitado, no solo el desgaste jurídico y el alto precio que hoy paga el Congreso por su desprestigio frente a la opinión nacional.

Simón Gaviria pagó la novatada, pero debería cobrársele el descrédito del Partido Liberal que ahora debe cargar con otra culpa, como si no fuera suficiente con la caída que nos ha impedido optar al poder en los últimos cuatro periodos.

El presidente Santos y sus asesores optaron por la fórmula más anodina y fácil: Corregir una inconstitucionalidad “torciéndole el pescuezo a la Constitución”, como diría el ex presidente Ernesto Samper.

Lo peor es que la clase dirigente del país, está acostumbrada, desde el siglo antepasado, a modificar la constitución para acomodarla a sus propios intereses, y el pueblo parece no darse cuenta de ello. El ciudadano común y corriente vota por pasión engañado por el corazón, pero sin utilizar la razón.

Senadores y Representantes se sintieron acorralados por el Presidente Santos y los medios de comunicación; su temor de ser señalados por el pueblo pudo más que su condición de legisladores y acudieron a la convocatoria a extras, a pesar de ser este un procedimiento irregular y sui géneris.

Los Actos Legislativos deben discutirse en sesiones ordinarias y en dos legislaturas distintas. Así está contemplado en la Constitución y en la Ley Quinta de 1992. Sin embargo, se forzó la interpretación de la Carta Magna, al citar a las sesiones extras para debatir las objeciones presidenciales y hundir la norma.
 
En este orden de ideas, ¿cuál será la situación jurídica de los senadores y representantes que atendieron la citación con ese único propósito, a sabiendas de que no pueden debatir en sesiones extras ningún Acto Legislativo?

No se trata de que el Presidente como tal asuma la responsabilidad jurídica y política de ese acto. Primero no es lógico objetar los Actos Legislativos, pues estos cobran vida con su sola publicación en el Diario Oficial. Segundo, la responsabilidad jurídica o política es individual. Así que el anuncio del Primer Mandatario en su alocución por televisión, se torna en una presión indebida más contra los parlamentarios.
 
Nadie cuestionó la inviolabilidad del voto ni la opinión de senadores y representantes, lo cual aclaró la Corte Constitucional desde 1999, cuando la Corte Suprema de Justicia intentó tomarles cuentas a los congresistas que en 1996 absolvieron al entonces presidente Ernesto Samper. El problema surge por cohonestar el llamamiento a extras a sabiendas de que el procedimiento era irregular.

El Presidente del Senado, Juan Manuel Corzo, quien ha sido cuestionado por la prensa por sus actuaciones, se amilanó igualmente y decidió acatar el llamado de Santos, no obstante su participación como conciliador de la reforma.

Solo el Polo Democrático Alternativo, anunció su inasistencia a las sesiones, aunque antes de la votación el senador Camilo Romero, dijo que "el Presidente (Juan Manuel santos) no puede lavarse las manos", y afirmó que el Ejecutivo "los sigue tratando mal (a los congresistas de la coalición), que los manda a hacer una tarea y después los regaña por hacerla". Su colega de bancada Jorge Guevara afirmó que "el Congreso no puede ser apéndice del Gobierno". Su presencia en el recinto determinó que horas después fueran separados de ese partido.

Legal o ilegal, constitucional o inconstitucional, lo cierto es que se votó el hundimiento de la reforma por “inconveniencia” para el país, alcanzando en Senado 73 votos y en Cámara 117 y quedó sin piso la convocatoria al referendo. Lo que desconocemos son las consecuencias que sobrevendrán sobre los actores de esta reforma.

Una vez más, los congresistas “mataron al tigre, pero se asustaron con el cuero”.


JOSÉ ANTONIO MANTILLA Z.