PALACIO DE JUSTICIA - BOGOTÁ
NOTAS DEL AUTOR
La fuerza de los
acontecimientos me obligó a adelantar la publicación de este libro que hoy
pongo en las manos de Colombia para el análisis de los nuevos ciudadanos y para
la reflexión de todos aquellos a quienes como yo, les intrigan las causas de
tantas crisis y les preocupa la inestabilidad social, económica, jurídica y
política del país, que todo ello genera.
Los escándalos,
no pasan de ser simplemente escándalos, si quienes estamos obligados a
investigar las causas, solo nos limitamos a ser testigos de las discusiones
mediáticas que se generan en los altos círculos políticos y las sedes del
Gobierno, del Congreso o del Poder Judicial, y como idiotas útiles, las
plasmamos en los medios de comunicación con más o menos imaginación periodística.
Pero trascienden
el umbral sociopolítico, y se producen grandes soluciones, si nos adentramos en
los vericuetos de quienes generan esos conflictos y buscamos su causa y su
efecto y, calculamos la jugada a tres bandas, que por lo general está implícita
en este tipo de escándalos.
Lo que acaba
de ocurrir con la Reforma Judicial, no es más que otro episodio para la
historia, en donde se impone la sinrazón de ser de los “poderosos” que creen
que pueden manipular a su antojo los poderes públicos para postrar al Estado y
colocarlo al servicio de sus intereses particulares.
Tal vez esta
obra sea desdeñada en las manos de quienes hoy ostentan el poder político, pero
mi ambición es que la investigación y el análisis que hago en ella, lleguen al
pueblo y como un grano de arena, sirva
para coadyuvar a la construcción de país y democracia.
Los ataques
contra la institucionalidad no son nuevos ni se inventaron a partir de la
Constitución del 91. Lo malo no son las instituciones, que con toda seguridad
han sido creadas con espíritu sano por personas despojadas de sentimientos
apátridas, por individuos que como los que participaron en la Constituyente que
le dio vida a la nueva Carta Magna, estaban por encima de intereses
particulares y su único propósito era buscarle un camino de paz a Colombia.
El país tuvo
14 constituciones antes de 1886, cuando adquirió una relativa estabilidad
impulsada por la Regeneración Conservadora que presidía Rafael Núñez. Esta
Carta contenía 210 artículos que fueron modificados sucesivamente en 70 ocasiones
por decisión de los jefes del gobierno en sus 105 años de prevalencia
histórica.
La actual
Constitución Política de Colombia, en solo 21 años, cuando apenas si cobra su
mayoría de edad, ha sido modificada en 34 ocasiones, algunas de ellas de manera
anodina por parte del Congreso o del propio Gobierno. Dos de estas reformas
fueron declaradas inexequibles por la propia Corte Constitucional.
¿Cómo nos
verán desde otros ángulos del mundo a donde vamos a pregonar con jactancia que
somos la democracia más antigua de Latino América?
Basta
simplemente citar como la Constitución de un país como Estados Unidos, expedida
en 1787 sólo ha tenido hasta la fecha 27 enmiendas. Eso es lo que constituye
solidez constitucional e institucional. Por algo son vistos como un paradigma
de la democracia.
Ni que decir
de algunos aspectos adoptados por nuestra Carta, que debieron ser reglamentados
y desarrollados legalmente, pero que siguen como letra muerta porque no son tan
llamativos políticamente, como lo relativo a la Ley Orgánica de Ordenamiento
Territorial.
Estas
sucesivas reformas lo único que generan es inseguridad jurídica y provoca
desorden social y económico en el país, amén de la desconfianza con que nos ven
desde afuera otros gobiernos.
En el primer
año del actual Congreso, se aprobaron los Actos Legislativos que ordenaron el
fin constitucional de la Comisión Nacional de Televisión, la sostenibilidad
fiscal, el sistema de regalías, beneficios laborales para trabajadores
provisionales del Estado y el fin de los impedimentos cuando se tramiten actos
legislativos.
En este Acto
Legislativo 01 de 2011, aprobado en mayo de ese año, se han sustentado los senadores y
representantes hoy, para justificar su presencia en las votaciones, sin que se
les pueda acusar de violar el régimen de conflicto de intereses.
Fue el propio
Gobierno de Juan Manuel Santos, a través de su Ministro del Interior Germán
Vargas Lleras, quien avaló esta reforma de un solo artículo, que adicionó el
parágrafo del artículo 183 de la Constitución Política: “La causal 1 en lo
referido al régimen de conflicto de intereses no tendrá aplicación cuando los
Congresistas participen en el debate y votación de proyectos de actos
legislativos”. Ponente de la misma fue el entonces presidente del Senado
Armando Benedetti. El argumento que se esgrimió es que en el trámite de los
Actos Legislativos prima el interés general sobre el particular. ¿Acaso en la
votación de las leyes no?
¿Pero cuál
fue el origen de esta reforma? Pues los inconvenientes que se suscitaban a la
hora de votar las normas, puesto que 77 senadores y representantes estaban
siendo acusados de distintos delitos, que los inhabilitaban para ejercer este
sagrado derecho.
Es aquí
realmente en donde comienzan los problemas en torno a los cuales hoy el
Gobierno, el Congreso y el Poder Judicial, se rasgan las vestiduras y se acusan
entre sí de ser los causantes de una crisis que aún por varios meses mantendrá
en vilo al país y en donde la mecha de la “bomba” fue la Reforma Judicial,
presentada por el Gobierno, avalada por el Gobierno y sustentada por el
Gobierno a través de ocho debates sucesivos en dos legislaturas.
Valga la pena
recordar cómo, el Presidente Carlos Lleras Restrepo, tras amenazar con su
renuncia, cedió finalmente ante el Congreso de la época para que se aprobara la
Reforma Constitucional de 1968, otorgándoles a senadores y representantes los
llamados auxilios parlamentarios y otras prebendas de tipo económico. Entonces
se aprobó la modificación de casi el 30 por ciento de la Carta de Núñez y Caro.
Para el caso
que nos ocupa, el propio presidente Juan Manuel Santos selló con el Congreso y
las altas cortes el acuerdo en torno a la Reforma a la Justicia pero en el
trascurso de los debates, perdió el control y poco a poco se fueron
incorporando las modificaciones, aún con la presencia de los ministros del
Interior y de Justicia y del Derecho. Estos debates no se hicieron a puerta
cerrada sino que tenían la difusión necesaria y la presencia de los
funcionarios de los tres poderes y la prensa nacional.
Así se fueron
incorporando en cada uno de los ocho debates, en las dos legislaturas, las
iniciativas que les permitían a algunos evadir el peso de la justicia y a
otros, como los secretarios del Senado y la Cámara, blindarse como aforados con
las mismas prerrogativas de los congresistas, desvertebrando el proyecto que
era una de las promesas de campaña del Jefe del Estado.
Obviamente
sus colaboradores como el Ministro del Interior, Federico Renjifo y el Ministro
de Justicia y del Derecho, Juan Carlos Esguerra Portocarrero, no tenían la
cancha de un Vargas Lleras, cuya formación política le permitía hablar de tú a
tú con los congresistas y muy seguramente advertir de manera oportuna lo que
podía fraguarse.
Ambos
ministros fueron timoratos a la hora de enfrentarse a los congresistas y
preferían ceder y ceder, antes de que el proyecto pudiera hundirse y con él,
obviamente, su prestigio como negociadores ante el Congreso.
Incluso, para
impedir el retiro de las altas cortes de la discusión del proyecto, accedieron
a ampliar el periodo de los magistrados de ocho a doce años y el retiro forzoso
de los 65 a los 70 años de edad.
El gran
problema que existe en Colombia es que los altos funcionarios, los
parlamentarios e incluso los magistrados –estos últimos que debieran ser
maestros en la prudencia- suelen ser demasiado locuaces y salen a los medios a
hablar de lo que cada uno de ellos piensa y no sobre lo que puede ser o no
conveniente para el país. Creen que ello les da la importancia que requieren en
sus cargos.
La frase,
según la cual, “aquí se habla mal de todo el mundo pero no se le sostiene a
nadie”, parece haberse puesto de moda, a juzgar incluso por las ligeras
declaraciones del ministro Esguerra, quien –una vez estalló el escándalo en la
prensa-, salió a decir que “todo se hizo a mis espaldas”, y alegó que cuatro de
los conciliadores le habían pedido retirarse del salón del Club de Ejecutivos
en donde se adelantaban las deliberaciones.
Las
posteriores declaraciones del presidente de la Cámara, Simón Gaviria, avalando
las declaraciones del ministro y su aceptación de que había votado la
conciliación sin leerla, son muestra palpable de la ligereza con que se tratan
ciertos temas que son sensibles para la nación.
Surge
entonces una pregunta: ¿Por qué si al ministro no se le dejó ingresar a la
conciliación, en la plenaria del Senado terminó legitimando esa conciliación y
la fe de erratas y solicitando el voto para la reforma de los congresistas?
En esta forma
toda el agua sucia le cayó al Congreso, mientras que el Gobierno se lava las
manos en un proceso en el cual todos son igualmente responsables.
Si como dice
el dicho popular “al mejor peluquero se le queda un pelo”, ¿por qué los
políticos y funcionarios no tienen la entereza de carácter para aceptar sus
culpas y asumir su propia responsabilidad, en lugar de buscar responsables en
donde no los hay?
¿Renunció a
motu proprio el ministro Esguerra, o fue una solicitud del Presidente, por su
error de haber permitido que se le colgaran a la reforma los micos que
terminaron por hundirla? Esta es una pregunta que solo con el tiempo se
responderá.
Además de las
inconveniencias del proyecto, hubo una serie de errores procedimentales que
dejan al descubierto la necesidad de reformar la Ley Quinta de 1992.
Los
conciliadores de Senado y Cámara resolvieron por su cuenta y riesgo suprimir y
agregar artículos o modificar de fondo otros, sin que ello hubiese sido materia
de discusión por parte de ninguna de las cámaras legislativas.
Al respecto
el Acto Legislativo 1 de 2003 estableció: “Cuando surgieren discrepancias en
las Cámara respecto de un proyecto, ambas integrarán comisiones de
conciliadores conformadas por un mismo número de Senadores y Representantes,
quienes reunidos conjuntamente, procurarán conciliar los textos, y en caso de
ser posible definirán por mayoría”. Y agrega en otro de los incisos: “Previa
publicación, por lo menos con un día de anticipación, el texto escogido se
someterá a debate y aprobación de las respectivas Plenarias”.
La
Constitución no les da a los conciliadores la posibilidad de agregar textos
nuevos que no fueron debatidos por las cámaras con anterioridad ni mucho menos
les otorga atribuciones para modificar el articulado cambiando su
contextualización y el espíritu de las normas.
Los
conciliadores se arrogaron aquí prerrogativas que no tenían, abusaron de su
condición para variar textos de la reforma, adicionar palabras e incluir
artículos nuevos que no habían sido discutidos por las cámaras, con lo cual
bien podrían ser investigados.
Ahora bien,
en cuanto a las afirmaciones del ministro Esguerra sobre su presencia en la
conciliación, este es un acto propio del legislativo y en ningún momento se
advierte, que debe hacerse con la participación de funcionarios de otro de los
poderes. Ellos tienen la prerrogativa de intervenir en el proceso de las
discusiones, como en efecto lo hicieron durante los ocho debates, en las dos
vueltas que surtió el proyecto. El Poder Legislativo es soberano en cuanto a
permitir en estas comisiones la presencia de dichos funcionarios.
La
conciliación tampoco fue enviada para su publicación con un día de antelación
(24 horas) sino que ocho horas después estaba siendo sometida a la aprobación
de las plenarias sin haberse surtido el requisito en la Gaceta del
Congreso.
Por estos
hechos protuberantes podía haberse caído el Acto Legislativo, pero para su
análisis de constitucionalidad tendría que haberse enviado primero para su
publicación en el Diario Oficial, con lo cual solo se podría obtener un fallo,
mínimo seis meses después.
Eso lo
advirtieron quienes comenzaron a promover el referendo revocatorio de la norma,
con la intención de que si finalmente se remitía el Acto Legislativo por parte
del presidente del Congreso para su publicación, se tuviera la opción, por lo
menos, de contra-reformar la justicia.
El Presidente
Santos, pescó en río revuelto y armó tremenda barahúnda. Sus palabras fueron
recogidas por los medios que ya habían satanizado a los parlamentarios que
integraron la comisión de conciliadores y desde luego, se le echó toda la
responsabilidad al Congreso, mientras que el Gobierno se hacía el de la vista
gorda y se victimizaba al sector de la justicia. Lo peor es que en su juego –el
de Santos- cayeron tendidos en el piso los presidentes de Senado y Cámara.
Pero frente a
esta situación ¿cuál es la responsabilidad que le cabe a Simón Gaviria como
presidente de la Cámara y como director de Partido Liberal?
Sin duda
alguna si hubiera advertido a tiempo sobre los micos que le colgaron a la
reforma y la inconveniencia que para el país representaba ese Acto Legislativo
como fue moldeado en la Comisión de conciliación, se hubieran evitado, no solo
el desgaste jurídico y el alto precio que hoy paga el Congreso por su
desprestigio frente a la opinión nacional.
Simón Gaviria
pagó la novatada, pero debería cobrársele el descrédito del Partido Liberal que
ahora debe cargar con otra culpa, como si no fuera suficiente con la caída que
nos ha impedido optar al poder en los últimos cuatro periodos.
El presidente
Santos y sus asesores optaron por la fórmula más anodina y fácil: Corregir una
inconstitucionalidad “torciéndole el pescuezo a la Constitución”, como diría el
ex presidente Ernesto Samper.
Lo peor es
que la clase dirigente del país, está acostumbrada, desde el siglo antepasado,
a modificar la constitución para acomodarla a sus propios intereses, y el
pueblo parece no darse cuenta de ello. El ciudadano común y corriente vota por
pasión engañado por el corazón, pero sin utilizar la razón.
Senadores y
Representantes se sintieron acorralados por el Presidente Santos y los medios
de comunicación; su temor de ser señalados por el pueblo pudo más que su
condición de legisladores y acudieron a la convocatoria a extras, a pesar de
ser este un procedimiento irregular y sui géneris.
Los Actos
Legislativos deben discutirse en sesiones ordinarias y en dos legislaturas
distintas. Así está contemplado en la Constitución y en la Ley Quinta de 1992.
Sin embargo, se forzó la interpretación de la Carta Magna, al citar a las
sesiones extras para debatir las objeciones presidenciales y hundir la norma.
En este orden
de ideas, ¿cuál será la situación jurídica de los senadores y representantes
que atendieron la citación con ese único propósito, a sabiendas de que no
pueden debatir en sesiones extras ningún Acto Legislativo?
No se trata
de que el Presidente como tal asuma la responsabilidad jurídica y política de
ese acto. Primero no es lógico objetar los Actos Legislativos, pues estos
cobran vida con su sola publicación en el Diario Oficial. Segundo, la
responsabilidad jurídica o política es individual. Así que el anuncio del
Primer Mandatario en su alocución por televisión, se torna en una presión
indebida más contra los parlamentarios.
Nadie
cuestionó la inviolabilidad del voto ni la opinión de senadores y
representantes, lo cual aclaró la Corte Constitucional desde 1999, cuando la
Corte Suprema de Justicia intentó tomarles cuentas a los congresistas que en
1996 absolvieron al entonces presidente Ernesto Samper. El problema surge por
cohonestar el llamamiento a extras a sabiendas de que el procedimiento era
irregular.
El Presidente
del Senado, Juan Manuel Corzo, quien ha sido cuestionado por la prensa por sus
actuaciones, se amilanó igualmente y decidió acatar el llamado de Santos, no
obstante su participación como conciliador de la reforma.
Solo el Polo
Democrático Alternativo, anunció su inasistencia a las sesiones, aunque antes
de la votación el senador Camilo Romero, dijo que "el Presidente (Juan
Manuel santos) no puede lavarse las manos", y afirmó que el Ejecutivo
"los sigue tratando mal (a los congresistas de la coalición), que los
manda a hacer una tarea y después los regaña por hacerla". Su colega de
bancada Jorge Guevara afirmó que "el Congreso no puede ser apéndice del
Gobierno". Su presencia en el recinto determinó que horas después fueran
separados de ese partido.
Legal o
ilegal, constitucional o inconstitucional, lo cierto es que se votó el
hundimiento de la reforma por “inconveniencia” para el país, alcanzando en
Senado 73 votos y en Cámara 117 y quedó sin piso la convocatoria al referendo.
Lo que desconocemos son las consecuencias que sobrevendrán sobre los actores de
esta reforma.
Una vez más,
los congresistas “mataron al tigre, pero se asustaron con el cuero”.
JOSÉ ANTONIO
MANTILLA Z.
Esa es la causa de todo, "los “poderosos” creen que pueden manipular a su antojo los poderes públicos para postrar al Estado y colocarlo al servicio de sus intereses particulares"
ResponderEliminar