miércoles, 15 de mayo de 2013

El “cambalache” del Estado


“No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena". 
(Martin Luther King)
...
Interponer los “buenos oficios” de quienes ostentan el poder para favorecer a terceros con cargos o contratos con el Estado, es una práctica antigua en Colombia que no fue posible erradicar con la Constitución del 91.
Al contrario se ha hecho más evidente por la connivencia cada vez más fuerte entre los poderes públicos, cuya independencia solo existe en los textos impresos de nuestra Carta y que los políticos nos imponen como dogma de fe para manipular a la opinión pública.
Si se mantuviera esa independencia entre los poderes, no se generarían tantos escándalos cada vez que el Congreso interviene en la elección de magistrados de las altas cortes o de algunos funcionarios con fuero especial como el Fiscal General de la Nación u otros como el Procurador General de la Nación y el Contralor General de la República.
De esta manera, gobernantes, legisladores, jueces y fiscales entran en un círculo vicioso en donde para alcanzar sus propósitos se despojan de consideraciones éticas y morales, se arrodillan ante sus electores, venden su independencia y de soslayo acaban con la institucionalidad del país.
Esa fue la razón por la cual no prosperó la reforma a  la justicia y que el propio Presidente Juan Manuel Santos se encargó de hundir en un procedimiento poco ortodoxo en la interpretación de la Constitución, prefiriendo el statu quo, frente a los privilegios que pretendían tanto congresistas como funcionarios del Poder Judicial.
Si bien, hoy no circulan las cartas de recomendación ni las llamadas telefónicas para solicitar favores, el tráfico de influencias se ejerce de manera directa en los clubes, en las reuniones sociales o a través de asesores y lobistas, tal como se denunció en la Dirección Nacional de Estupefacientes y que compromete al ex congresista, Carlos Albornoz quien fuera su director y a los ex presidentes del Senado Luis Humberto Gómez Gallo, Javier Cáceres Leal y Hernán Francisco Andrade Serrano. Así como a los senadores Myriam Alicia Paredes Aguirre, Eduardo Enríquez Maya, Miguel Pinedo Vidal, Enrique Rafael Caballero, Cristóbal Rufino Córdoba y Álvaro Ashton Giraldo y a los representantes, Óscar Fernando Bravo Realpe y Héctor José Ospina Avilés.
Y hace unos días, el superintentendente de Salud, Gustavo Morales Cobo, denunció presiones de los congresistas Roy Barreras (presidente del Senado) y Luz Karime Mota, para cambiar al interventor de la EPS Solsalud.
El tráfico de influencias se ha enquistado como una garrapata al lomo del Estado y lo peor es que no se vislumbran acciones  para combatirlo. Para conseguir un puesto u obtener un contrato por pequeño que sea es necesario buscar un padrino o pasar por debajo de la mesa la “coima”, pues como en el tango, “el que no llora no mama y el que no roba es un gil”. Y así, “vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario