El embrollo generado alrededor de la destitución e
inhabilidad del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro Urrego, es la consecuencia de
la crisis de institucionalidad que vive el país y el reflejo de una clase
política corrupta enquistada en los tres poderes y que no fue posible erradicar
con la Constitución del 91.
Lo que se evidencia es una anarquía total, en donde
el poder no se mide con la fuerza de la razón ni hay subordinación a la
autoridad, con lo cual prevalece la tesis de que la “ley es para los tontos” y
quienes las hacen las acomodan a su conveniencia.
El ejemplo más claro es el del alcalde Petro, (congresista
por 16 años) elegido con unas reglas de juego, que él mismo aceptó, pero que ya
no le resultaron tan claras, y resuelve, abusando de su poder de convocatoria,
reclamar –de manera sui generis-, desde la plaza pública, con arengas y
amenazas, por lo que él considera la vulneración a sus derechos.
Y aunque –estoy seguro- la mayoría de los
colombianos no gustan de las ortodoxas posturas del Procurador General de la
Nación Alejandro Ordóñez, tampoco toleran que ciudadanos, prevalidos de su
investidura como el alcalde Petro, pretendan saltarse la Constitución y la ley,
llamando a la desobediencia civil, profiriendo amenazas veladas, haciéndole
creer a sus seguidores que se trata de un “ataque contra la paz” por su
condición de exguerrillero, en un intento por evadir las sanciones impuestas
por los errores cometidos en desarrollo de sus funciones públicas.
Adicionalmente, utiliza la estratagema de atiborrar
los estrados judiciales con cientos de tutelas, empleando terceras personas, para
prolongar su “muerte anunciada”, vinculando –como ya se ha demostrado- a
magistrados que, por lo menos éticamente dejan mucho que desear, por sus señaladas
vinculaciones con el funcionario a quien pretenden restablecerle los derechos que
aún no ha perdido, porque las sanciones no han quedado en firme.
El alcalde Petro que entonces era figura importante
del Polo Democrático Alternativo, se rasga las vestiduras, cuando él mismo formó
parte de los 81 senadores que en diciembre de 2008 votaron por el procurador
que hoy ataca. Y no es un secreto que (aunque lo nieguen), nadie es elegido en el Congreso, mientras no
haya contraprestaciones burocráticas. Es así como nuestros padres de la patria
manejan la política antes y después de la Constitución del 91.
En noviembre de 2012, Ordóñez Maldonado fue
reelegido como Procurador General de la Nación por 80 votos de todos los
partidos, pese a que la terna se había desvertebrado con la renuncia de María
Mercedes López, razón por la cual fue demandada esa elección y 13 senadores
podrían perder su investidura por no haberse declarado impedidos teniendo
parientes muy cercanos vinculados en el Ministerio Público. Lástima que estos
procesos avancen tan lentamente.
Es decir, la misma clase política, incluyendo a
Petro, creó el monstruo que ahora intentan combatir, porque se les está
metiendo en sus linderos; y esa misma clase política es la que ha impedido por
años, que haya una reforma a fondo en la Justicia; que la Procuraduría y la
Contraloría se ajusten a las necesidades de un Estado moderno. Es esa misma
clase política a la cual no le conviene que se acabe con la Comisión de Investigación y Acusación de la Cámara, pues
su control les permite a sus miembros blindarse y mantener poder burocrático en
las altas cortes, la Fiscalía General de la Nación y en el mismo Gobierno.
La armonía entre los poderes, parece haber quedado
en letra muerta en la Constitución, pues cada cual tira por su lado: El Fiscal
se enfrasca en discusiones bizantinas con el Procurador, con la Contralora y
con el ministro de Justicia, porque no le gusta ser controlado y a su vez cada
cual pretende extender sus tentáculos para mostrar su poderío, en una lucha en
donde quienes llevamos del “bulto” somos los colombianos del común. Ni que
decir de las altas cortes que no se ponen de acuerdo para emitir sus fallos; algunos
expresidentes no aceptan que se quedaron viudos de poder y pretenden convertirse
en coadministradores del gobierno de turno y los partidos que tienen
responsabilidades en el manejo del Estado, lo único que les interesa es
mantener los altos índices de votación sin importarles quien sea elegido. Y
así, todos quieren sacar tajada del ponqué, “haciéndole el quite” a la ley. Y
todo, todo, está politizado.
Dura tarea le espera al próximo presidente, para
que la paz, que parece estar cerca, no lo sorprenda con la degradación del Estado
Social de Derecho.
Muy buena explicación y contextualización en nuestra actualidad política. Muchas gracias por explicar de manera neutral, clara y certera este tipo de sitaciones para quienes no estamos muy relacionados con el ambiente político.
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