miércoles, 3 de agosto de 2016

PREMIAR A TAXISTAS PARA QUE NO VIOLEN LA LEY


Bogotá, Avenida NQS (Foto Prensa Andina)


Algunos medios –asumiendo la defensa del gremio de los taxistas, más no de los usuarios- han resuelto hacer comparaciones, respecto del costo de la carrera mínima en las distintas ciudades del mundo, justificando así las medidas del alcalde Enrique Peñalosa y que, para el caso de Bogotá,  quedó en $4.100 pesos, amén de los aumentos en los demás componentes tarifarios.

 Pero lo que no dicen algunos esos mismos  medios que elogian las medidas de Peñalosa, es que en algunas ciudades como Londres (Inglaterra), Berna (suiza), Paris (Francia) o Berlín (Alemania), tomar un  taxi es excepcional, pues los sistemas públicos de transporte operan a la perfección, son rápidos, cómodos y seguros, con recorridos (a veces) de más de 50 kilómetros. Además, disponen de vías óptimas, amplias y sin huecos.

Y claro, en esos países de Europa pagar excepcionalmente  por una carrera no hace mella, por los ingresos que tienen y el poder adquisitivo de las monedas. Veamos unos ejemplos:

En Colombia el salario mínimo (SM) es de $685.485 (US$220,40, tomando la cotización de $3.110 a 3 de agosto).

En Inglaterra el SM es a 2016 de €1.512 ($5.219.000 col al cambio de $3.451,78); en Alemania 1.473 ($5.084.000); en Francia €1.458 ($5.032.000) en Suiza no hay salario mínimo, pero su equivalente para el trabajador colombiano gana allí €4.500 y un profesional medio que en Colombia gana $3 millones al mes, allí gana €7.045 (con una semana laboral es de 42 horas).

En Estados Unidos, el salario mínimo por hora es, en la mayor parte del territorio, US$10.00. Ese equivalente por ocho horas diarias sería de $248.800, es decir que los estadounidenses con SM ganan en un día lo que un trabajador colombiano común y corriente puede obtener en 11 días.

A diferencia de las ciudades europeas o norteamericanas, en Bogotá no tenemos un transporte adecuado y solo disponemos para transportarnos del tortuoso Transmilenio, al cual le cayeron las siete plagas de Egipto; el Sistema Integrado de Transporte Público (SITP), que en su mayor parte funciona con buses destartalados que se varan a cada cuadra, que despachan cada hora y en los cuales un pasajero, si bien le va, demora, para llegar a su destino, entre una y dos horas.

En estas circunstancias, el usuario lleva las de perder frente a los taxistas, pues es este quien impone las rutas a seguir y con el pretexto de “evitar trancones”, toma los senderos más lejanos para, de esa manera, cobrarle al incauto ciudadano un costo mayor por la carrera, cuando no le aplican “el muñeco” o los trucos que usan para acelerar las unidades y aumentar los costos. Pero el ciudadano apurado, que sabe que en otro medio no llega a tiempo a su trabajo, paga lo que sea, para evitarse un lío mayor con el abusivo conductor. Y todo ocurre en las narices de las mismas autoridades, que muchas veces actúan en connivencia con los taxistas.

Y aunque el “doctor” Enrique Peñalosa, conoce todo este embrollo, le dio orden expresa a su Secretario de Movilidad para que hiciera efectivas unas nuevas tarifas muy por encima del IPC y del Salario Mínimo Legal Vigente (SMLV), dándoles contentillo por no haber logrado aún detener el avance de Uber, como se comprometió con el gremio de los amarillos y cuyos empresarios financiaron su campaña.

Y como si todo esto fuera poco, anunció el establecimiento de un bono especial de $500 pesos por carrera con cargo a los impotentes usuarios, dizque para estimularlos a no violar las normas de tránsito, no agredir a los pasajeros, no manejar borrachos ni matar transeúntes en las avenidas y luego salir huyendo.

En Bogotá circulan 50 mil taxis registrados y 35 mil piratas, lo cual se añade al problema de los usuarios, que no pueden distinguir entre quienes son o no legales, con lo cual quedan expuestos a los paseos millonarios y a los robos, atracos y secuestros express.

Pero nada dicen las autoridades para impedir los ataques de taxistas contra pasajeros de autos y camionetas Uber y no Uber, que tomándose la ley en sus manos, los interceptan, especialmente en la noche, destruyen los vehículos y agreden a pasajeros y conductores.

Muchos de esos ataques se han dado contra ejecutivos y profesionales que viajan en sus propios vehículos en el puesto trasero, con sus conductores particulares y que son frecuentemente confundidos con los de la plataforma Uber.

Sobre estos casos, las autoridades guardan sospechoso silencio y al contrario de sancionar a los responsables por sus agresiones, la policía se convierte en sus aliados nocturnos.

De contera, ahora pretenden multar a pasajeros, de vehículos distintos a los taxis, como si en este país fuera un delito escoger el sistema que más le convenga al ciudadano, ante la ineficiencia de las administraciones para reglamentar y garantizar la libre movilidad de los colombianos.

Mientras tanto la movilidad en las ciudades capitales, se torna cada vez en un factor de disputa entre ciudadanos y gobernantes.


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