“No hay camino para la paz, la paz es el
camino”.
Mahatma Gandhi
Con su reelección en 2014 Juan Manuel Santos se
convirtió en el Presidente de 48 millones de colombianos y por su triunfo en
las urnas recibió el mandato para hacer la paz. Pero ahora resulta que por
permitirle opinar al pueblo en un plebiscito para mejorar el Acuerdo suscrito con
las FARC, los triunfalistas del NO pretenden darle una especie de “golpe de Estado”,
conspirando desde el exterior, como lo hacen los expresidentes, Andrés
Pastrana, Álvaro Uribe y el español José María Aznar.
Antes de hacer un análisis respecto de los Acuerdos de Paz y las consecuencias del Plebiscito –que nunca
debió ser convocado-, bien vale la pena recordar algunas cifras que desaparecen
como por encanto de la efímera memoria
de algunos colombianos y que se empecinan, tercamente, en llenar de abrojos el
camino hacia la reconciliación.
Santos ganó las elecciones para un segundo periodo
en 2014 por 7.816.986 votos, con una ventaja de un millón de votos sobre su
oponente del uribismo, Óscar Iván Zuluaga, quien nunca pudo superar la derrota.
La abstención sobre un censo electoral de 32.975.158 votos fue de 52%, lo cual
está por debajo de la línea media histórica en este tipo de elecciones.
Quienes votaron por Santos no lo hicieron para que
gobernara solo por quienes creyeron en su programa. Lo eligieron para que tutelara
los derechos de toda la Nación, incluidos quienes apoyaron a Zuluaga y a los
que pertenecen a esa franja mayoritaria que prefiere apartarse de la
participación democrática, a veces por desconocimiento de los deberes que
implica la ciudadanía, por apatía política, ignorancia o resentimiento frente a
la sociedad.
Y quienes ungieron a Santos como Presidente, lo
hicieron movidos, por su compromiso para alcanzar la paz con las FARC. Ese es
el mandato popular que se le brindó, aún por encima de todos los otros componentes
de su programa, que si bien son un complemento no constituían el eje esencial
de su compromiso con el país, como sí lo era el de ponerle punto final a una
guerra fratricida de más de 50 años.
Quizás Santos no trascienda como un gran
reformador, pero su empeño por lograr la reconciliación si lo catapultará a la
historia como el hombre que se jugó todo su prestigio político nacional e
internacional por silenciar los fusiles y armar el tinglado para una paz que no
se encuentra a la vuelta de la esquina. Por algo se ganó el Nobel.
Esa es la razón por la cual se empecinó en realizar
un plebiscito, pretendiendo que los colombianos, aún aquellos que no veían con
buenos ojos los puntos del documento suscrito en Cartagena, pudieran
manifestarse y, entre todos, perfeccionar el Acuerdo Final, que si bien, como
se dijo no era perfecto, si era un buen punto de partida para hacerlo mejor.
Las cosas no le salieron bien a Santos y en el
plebiscito, del cual despotricaron tanto los afectos al senador Álvaro Uribe y
su Partido Centro Democrático, ganaron los del “NO” con 6.431.376 votos frente
a 6.377.482 sufragios. El abstencionismo fue del 62.57%, el más alto de la
historia electoral colombiana.
La coalición del NO de la cual formaron parte el
Centro Democrático, un sector del conservatismo liderado por Andrés Pastrana y
Martha Lucía Ramírez, algunas iglesias cristianas, un sector del catolicismo y
sectores empresariales y estudiantiles, ganó por un escaso margen de 53.894
papeletas, equivalentes al 0.84%.
Prevalidos de esa votación, el senador Uribe Vélez
y su Centro Democrático, pretenden ahora, que el Jefe del Estado acoja en un
100 por ciento las enmiendas enunciadas al Acuerdo Final, desconociendo los
demás sectores que también formularon reservas al Pacto de La Habana y han
abierto un nuevo frente de descrédito contra Santos.
El jefe del Estado anunció en una corta alocución
el jueves último que daba por concluida la recepción de propuestas de diversos
sectores políticos y sociales para reconstruir el Acuerdo con las FARC y
mencionó que en ellas había “unas viables, otras difíciles pero no imposibles y
otras inviables” y recordó que el mandato para hacer la paz lo recibió en las
elecciones de 2014.
El pronunciamiento del Primer Mandatario no gustó
al Centro Democrático que se sintió aludido con las “propuestas inviables” y promulgaron
un comunicado en el cual advertían que Santos “desafió a los colombianos que
votaron a favor de la paz y en contra del acuerdo que suscribió con las FARC”.
Antes había fracasado una reunión entre los
uribistas y el abogado de las FARC, porque estas últimas consideraron como una “trampa”
las aspiraciones planteadas en un documento de 19 páginas, en las cuales se le
negaba la participación política de esa guerrilla y pedían que se volviera al
modelo de la justicia transicional que se aplicó para los paramilitares en su
gobierno en lugar de la fórmula del tribunal internacional.
El propio senador Álvaro Uribe Vélez, ha sido
retador contra el Gobierno y las FARC, manifestando en algunos trinos que están
listos para “dar la batalla política”, lo cual ha sido interpretado en sectores
de la coalición de gobierno como una amenaza para aumentar la confrontación.
En efecto, tanto Álvaro Uribe como Andrés Pastrana
y algunos miembros del Centro Democrático, han resuelto abrir nuevos frentes
para desprestigiar la negociación en Cuba, conspirando desde el exterior contra
el proceso de paz, pidiendo en foros y conferencias la cabeza de Santos, para
lo cual se han acompañado de personajes como el expresidente del gobierno
español, José María Aznar y algunos medios extranjeros.
Entretanto, los negociadores del Gobierno en la
mesa de La Habana, viajaron con las distintas propuestas, para, en un término
prudente, hacer los ajustes necesarios al Acuerdo Final, bajo la premisa
marcada por el propio Santos de que no se modificarán los puntos esenciales y
que la paz se hará porque ese fue el mandato para el cual fue elegido por los
colombianos.
Y los colombianos, todos sin excepción, debemos estar expectantes para impedir que se trunque el sueño de dejar a nuestros hijos y nietos un país en paz.
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